Que cosa más horrible es pensar que ya no te extrañan. O que no te extrañan como antes. Pensás, pensás, pensás, te duele la cabeza y seguís igual. Estás en el trabajo, la gente te habla, te piden cosas, y vos seguís como si alguna fuerza supernatural decidiera por vos. Pero no te importa, porque en ese momento tu cabeza y tu cuerpo son autónomos y vos seguís pensando. Y no tiene sentido pensar en la cabeza ajena. A veces no puedo pensar en la propia. Pero no decido y saco conjeturas, ridículas a veces, certeras otras. Y otras veces no puedo disernir entre las ridículas y las verdaderas. Entonces, no tiene sentido que siga pensando. Si se pudiese dar vuelta un cartelito en la mente que diga "close", sería genial. O, "Vuelvo en 5 minutos".
Y sigue sonando Radiohead, que despúes de todo no me hace tan mal porque no entiendo por completo las letras sin prestarle atención. Así que punto a mi favor, soy una depresiva inteligente.
Una depresiva inteligente y reiterativa. Somos idiotas, buscamos ser felices, y lo decimos como si fuese algo simple: "yo nada más quiero ser feliz, estar bien". Pedís mucho. Pido mucho. Ultimamente son hechos los que me hacen feliz, cuando en realidad uno debería tener el derecho a ser feliz sin hechos concretos, a ser feliz porque sí. Es como una felicidad capitalista de sentimientos. Necesito cariño, me lo dan: soy feliz. Salió a la venta un mimo nuevo y lo quiero, como no me lo dan, ya no quiero ese cariño, está demodé. Estar deseando algo que no tengo todo el tiempo... me agota. Me da sueño. No quiero comprar un te quiero, merezco que me lo regalen.