lunes, 13 de abril de 2009

Un e-mail, bajo la puerta.




A mis 4 años mi vecino me tiró una carta por debajo de la puerta. Como yo no sabía leer, se la llevé a mi mamá para que me la lea, y decía: “Quiero casarme con vos.” Al escuchar esas cuatro palabras mortales, me puse a llorar. Mi mamá nunca preguntó porqué.
Ovbiamente después no podía mirar a los ojos a mi vecino de 6 años, que estaba en primer grado y ya sabía escribir. Yo ilusa, todavía estaba en la Sala Naranja.
Veinte años después me encuentro con varios salames de 25 para arriba dejandome “mensajitos” por cualquier medio impersonal que la santa tecnología nos brinda a diario. Por supuesto con la diferencia que ninguno quiere casarse conmigo, (y menos mal que así sea, porque creo que también terminaría en lágrimones.)
Ahora con un “Tengo ganas de ver Terminator 14, me acompañás?”, les parece suficiente. Que onda flaco? No te acompaño nada. Que me importa lo que tengas ganas de ver!.
Más allá de esto, me pudrieron los sms un sábado a las 4 am, los mensajes en msn sin sentido, los mails incoherentes con links a “algo” que nunca miro, solo para decir “presente”. Sin contar las oportunidades en las que te invitan a hacer “Algo tranqui, que estoy medio cansado”. (Algo tranqui = tengamos sexo descontrolado.) Me cansé de los dobles sentidos, de las indirectas. De que “algo tranqui” me deje despeinada y volviendo casa con cara de póker a las 8:30 am.
Quiero condecorar a mi vecinito de la infancia, ya no quedan de esos. Aunque posiblemente hoy debe ser uno más, que manda emoticones sonrientes y predeterminados.